Es hora de sol pleno sobre los campos verdes.
Se exhala del reciente chamusco de la poda
un vaho de salubre rusticidad; las reses,
inmóviles, tranquilas, en la cercana loma
oliscan los madroños azules. Mediodía,
mediodía llameante; el sol cafre rebota
en el monte, en la casa, en el río y el llano.
Zigzagueante y astuta, removiendo las hojas,
va la iguana a lo largo de los surcos proféticos.
Calor, sueño, fastidio. La pereza invasora
roza con dedos tenues el sopor afelpado
de mis nervios; la carne se adormece y afloja;
y la siesta, esa virgen de los trópicos, pasa
aferrada al calmoso caracol de la hora.