Rubén Darío

Ángel Muñoz Igartúa

Toda la vida tuvo la pena de estar vivo,
toda la vida se conformó con soñar.
Era ingenuo y humilde porque era sensitivo.
La gloria fue su culto y un arpa fue su altar.

Su alma era un Cisne sobre un lago ilusivo,
y con su alma de cisne se dio todo a cantar.
Y así fue por el mundo, silencioso y esquivo,
ebrio de azul de cielo y ebrio de azul de mar.

El espiritu de Grecia lo poseía.
Abrevó en los mas claros oasis de poesía,
y donde había una rosa ponía una flor de lis.

Maravillas radiantes fluían de su mano.
En Roma fue creyente, y en Francia fue pagano,
y se dio todo a todas las fiebres de París.

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