José Mercado



— ¡Lázaro! —

Presto el palmar sus verdes abanicos,
y duros troncos y rugosas yaguas,
y las manos callosas del colono
alzaron en el monte la cabaña.

Y dio el maguey su fibra resistente,
y su dura corteza la emajagua,
y la anémica y triste compañera
del colono infeliz labro la hamaca.

Sucedieron los años a los años,
e igual que siempre, en la choza hospitalaria
sonó con grave acento la vihuela,
que murmura al compás de la maraca,
y, al son de guiro, que estridente cruje,
del triple alegre la sonora charla.

La paz diosa bendita que en los pueblos
bienes sin cuento prodiga derrama,
huyo una tarde del terruño hermoso;
trono el canon, y al brillo de las armas,
de una turba cobarde y parricida
se pudo ver la faz desencajada.

Y todo cede ante la fuerza aquella,
que el miedo los ojos agigantan!

Y entonces el colono, esclavo siempre
de quien comercia en nombre de la patria,
vio también su mísera cabaña
cambiar de dueño. y escucho en sus montes
el ruido sordo de extraña planta.

Tu ere, mi tierra, pájaro sin plumas
al que el destino le cambio la jaula,
y eres hermosa y bella, tan hermosa
como la faz de la mujer amada.

Y orgía de luz, derroche de colores,
hay en tus verdes valles y montañas,
y es tu seno fecundo y generoso
y hay en tus venas poderosa savia
y en el concierto de los pueblos cultos
quien te quiera humillar no te aventaja,
porque buscas lo bello y porque tiene
tu pensamiento deslumbrantes alas.

No ere fuerte? Pues vamos a la lucha:
mas no esgrimiendo la traidora daga
en liza estéril, ni puñal que aleve
el cobarde en las sombras desenvaina.

No busques el suicidio en los combates,
mientras brille a lo lejos la esperanza.

Lucha en el noble campo del trabajo,
por todos, por tu Dios y por tu raza,
por la santa memoria de tus muertos,
por tus hijos, los hombres del mañana.

Pobre de ti , mi pueblo, si tranquilo
dejas que el invasor reine en tu casa,
mientras oyes del triple el ruido alegre
tendido entre los hilos de la hamaca!

Deje el rencor su puesto a la concordia,
y ante el yugo fatal que nos amaga,
juntos caigamos o venzamos juntos
sin que el odio destroce nuestras almas.

Arriba, pueblo, corazón de niño,
que puedes verte convertido en paria!

Y tu, Dios de los justos y los buenos,
si tanto es tu poder, si en ti se encarna
de la justicia y del amor el verbo,
haz que, inspirado en ti, surja mañana
un nuevo Cristo, generoso y grande,
que así nos diga: Lázaro, levanta!

* * *

— La lengua castellana —

¡Lengua inmortal que hablaron mis abuelos,
un bardo triste tu hermosura canta!
tú me recuerdas el amante arrullo
de una madre infeliz; tú de mi infancia
evocas el recuerdo; tú revives
de mi niñez sin sol vagos fantasmas,
mis horas de placer, que fueron cortas,
mis horas de dolor, que fueron largas,
mi titánica lucha por la vida,
mis tributos breves, mis derrotas vastas.

¡Lengua inmortal que hablaron mis mayores,
tan bella como tú no hay lengua humana!
por tus frases enérgicas obtuve
el hermoso concepto de la Patria,
y sé por ti que Dios, bondad suprema,
sobre los hombres su piedad derrama;
y al abrir de la Historia el libro inmenso,
supe que fueron tuyas las palabras
que pronunció Colón mirando al cielo,
al descubrir la tierra americana.

Lengua inmortal, idioma de Cervantes,
el colono de ayer tu gloria canta.
Eres raudo torrente. Te despeñas
y caes en deslumbrante catarata,
llenando de sonidos el espacio
y de notas de fuego, que se apagan
con ese ritmo vago y misterioso
de un suspiro de amor. Sonora y clara,
expresas la pasión, y el pensamiento
por ti se viste con brillantes galas.

¡Lengua inmortal, tesoro de armonías,
honor a ti, del mundo soberana!
son tuyos el apóstrofe brillante
que hiere como el filo de la espada,
y la frase de célica ternura
con que forma la Virgen su plegaria,
y el acento melódico que tiene
la dulce voz de la mujer amada,
la que rayos de Sol lleva en los ojos,
nieve en la frente y en los labios grana.

¡Lengua inmortal, a tu existencia unida
por siempre esté mi tierra borincana!
Tronó el cañón, soldados extranjeros
aquí pusieron su atrevida planta,
y se cumplió una ley inexorable,
y su gran infortunio lloró España
con la misma amargura y tristeza,
llena de luto y de dolor el alma,
que otro gran infortunio lloró un día
el último rey moro de Granada...

¡Ese lazo que ayer rompió la fuerza,
átalo tú, mi lengua castellana!
mensajera perenne de concordia,
cruza el inmenso mar que nos separa,
y lleva de la América española
y la nación que puebla nuestra raza,
con el pobre cantar del bardo triste
el beso fraternal de nuestras almas:
¡que se puede cambiar una bandera,
pero los sentimientos no se cambian!

* * *

José Mercado (Momo) nació en Caguas en el año 1863

A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z

Borinquen     Décimas     Sonetos     Portada