Carmen Marrero



— Los heraldos ciegos —

Roto está el vaso de promesas,
fuente rebosante en fragancia;
partida está su forma, nada acusa
la pureza inicial, la rotundez cumplida.
Un ala dio en sus bordes
con inaudita fuerza, casi ofensa
a la armonía de su ritmo erguido,
de su totalidad vibrante y conjugada.
Sesgo negro en espacio ilimitado
fue el golpe destructor;
ala agorera, duelo sin reposar,
ofensivo a lo neto y lo logrado.
Al envolverlo en giros de la ausencia,
los heraldos del día callaron sus clarines;
el orto de los cielos sumergido quedó
y el vuelo fue infinito en la tiniebla,
premonición pesada en tierra y cielo.
Se desleía un frío por mi sangre,
un frío ineludible en larga espera,
y se espesaba más bajo el presagio
de los heraldos ciegos, distendidos
en cabalgata sin piedad, al aire.
Oí el sonar de cascos alumbrados
por chispas del rebote en piedra viva,
aspiré el nauseabundo olor de muerte
y palpé la oquedad de lo anulado.
Estaba aprisionada en sorda ondulación,
trabada en red de laxos hilos,
sin voluntad ni norma, ni medida,
trasminada del frío que los crespones rezan...
Negación de palabra y pensamiento.
Ya no era más; batiendo, los crespones
cortaron todo asomo de pureza,
y estandartes al aire, segados como cirios,
callaron las proezas de un pasado.
No estaba el sol en círculo de vida,
el cielo sin el orto de las albas,
se hizo crespón de muerte en los abismos
y la tiniebla se agarró a las cimas...
Sin rotación el mundo se entregaba,
la hora cero sonaba en el augurio
de los heraldos presos en crespones,
sin mirada, sin luces, sin pupila;
la esperanza anulada en el deseo
de pisar los caminos del hermano
que los ecos de muerte mancillaban.

* * *

Carmen Marrero nació en Morovis en el año 1907

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